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Este otro relato en el que se nos advierte sobre la ¿inevitable? caducidad del amor y sobre lo imprescindible que resulta para su protección, librar una batalla permanente contra un sentimiento que todo lo devora y que también, a pesar de su apariencia apocada por su especial habilidad para camuflarse y pasar desapercibido, se ha demostrado como el único capaz de acabar con el amor con seguridad y sin posible enmienda…
Cuenta una vieja y misteriosa leyenda que en cierta ocasión el Odio, por entonces, y aún hoy, monarca absoluto de los malos sentimientos, convocó en reunión urgente a todos los que eran más próximos a sus nocivas ideas. De esa forma, los sentimientos más negros y los deseos más perversos del corazón humano, fueron agrupándose comidos por la curiosidad de conocer cuál era el propósito de tan inusual convocatoria.
Una vez estuvieron todos reunidos, habló el Odio con voz tonante y ceremoniosa para decir…
- Los he traído a todos hasta aquí, porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien…
Los presentes no se extrañaron en demasía; se trataba del Odio y él siempre pretende acabar con algo o con alguien. Sin embargo, todos se preguntaban entre sí, ¿qué seria aquello tan difícil de matar, para que el poderoso Odio los necesitara a todos?
- ¡Quiero que maten al Amor!, exclamó.
Muchos entonces sonrieron malévolamente, pues más de uno ya le tenía ganas. El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo:
- Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto. Provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará.
Al cabo de un año se reunieron de nuevo y al escuchar el informe sobre los resultados del ataque del Mal Carácter, quedaron muy decepcionados.
- Lo siento. Lo intenté todo, pero cada vez que yo sembraba una discordia, el amor la superaba y salía adelante.
Entonces se ofreció la Ambición, muy diligente, y haciendo alarde de su autoridad dijo:
- En vista de que el Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder. Eso nunca lo ignorará.
Y empezó la Ambición el cruel ataque hacia su víctima, quién efectivamente cayó herida, pero después de luchar por salir adelante, renunció a todo deseo desbordado de codicia y triunfó de nuevo.
Furioso el Odio por el fracaso de la Ambición, envió a los Celos, quienes burlones y perversos, inventaban toda clase de artimañas para lastimar al Amor, instigando por doquier un mar de dudas y de sospechas infundadas. Pero el Amor confundido lloró, y pensó que no quería morir y con valentía y fortaleza, se impuso sobre los Celos y los venció.
Año tras año el Odio prosiguió en su lucha enviando a la misión a sus más hirientes compañeros. Envió a la Frialdad, al Egoísmo, a la Indiferencia, la Pobreza, la Enfermedad y a muchos otros que fracasaron estrepitosamente siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer, tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba.
El Odio, convencido de que el Amor era invencible, les dijo a los demás:
- Nada que hacer. El Amor ha soportado todo. Llevamos muchos años insistiendo y no lo hemos logrado.
De pronto, de un rincón de la estancia se levantó un sentimiento que había permanecido al margen hasta ese momento. Vestía de negro y el sombrero gigante que caía sobre su rostro no dejaba entrever por completo su aspecto:
-Yo mataré al Amor, dijo con determinación.
Todos se preguntaron quién era ese que pretendía lograr lo que ninguno de los allí reunidos había podido conseguir. El Odio sentenció:
-Ve y hazlo.
Tan solo pasado algún tiempo el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos con el fin de comunicarles la 'buena nueva': después de mucho esperar y, por fin, el amor había muerto.
Todos estaban felices, pero a la vez sorprendidos. El Odio dio entonces la palabra al sentimiento del sombrero negro:
- Ahí les entrego al Amor. Totalmente muerto y destrozado, y sin añadir más hizo ademán de levantarse a buscar la puerta de salida.
- ¡Espera!, dijo el Odio. En tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para sobrevivir. ¿Quién eres que tienes tanto poder?
El fúnebre sentimiento se quitó el sombrero, dejando a la luz su horrible rostro, y se presentó al fin:
- Soy la rutina.
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